Una persona está sumergida cuando está enteramente cubierta por el agua. Es más: cuando se va al fondo. Y así está Ángela (Luna Martínez), la protagonista de esta película, que vive en un mundo de píldoras y de sueños inducidos.
Andrés Finat es un director debutante, que desarrolla una película cuya intertextualidad resulta evidente.
El relato me prohíbe dar detalles acerca de las sorpresas que esconde desde un principio. Más que Hitchcock, su referente me parece el Roman Polanski de Basada en hechos reales (D’après une histoire vraie, 2017) con atisbos a Mujer soltera busca (Single White Female, de Barbet Schroeder, 1992). Fotográficamente, los planos secuencia recuerdan a Michelangelo Antonioni, Stanley Kubrick y Luchino Visconti. Grandes maestros que se siente han hecho mella en el joven realizador.
Sería demasiado fácil para mí entregar pistas, porque el espectador las descubre por sí solo: el pajarillo “inseparable”, Rebeca (Rebeca Pereira) con la que establece una relación casi lésbica cuando la penetra con una aguja hipodérmica en un encuentro onírico, la gigantesca y recurrente piscina, el depósito abandonado de ferrocarriles, la tía (María Olga Matte) que posee una copia de una de las versiones de Pesadilla de Heinrich Füssli y da un nombre al diablillo instalado sobre el pecho de la durmiente, el amigo (Nicolás Rojas) y el jefe (Julio Milostich) que se esmeran en cuidarla. Además de la madre (Katty Kowaleczko), campeona de natación, con la que tiene una absurda discusión antes de desaparecer
Sumergida en una modorra obsesiva, Luna parece no poder despertar a la vida real. “Existe el miedo a la memoria y el olvido está lleno de memoria”, resulta una frase clave de lectura. Otra es: “Hay que desprenderse de las personas y del sufrimiento que te generan”.
Como obra cinematográfica es un buen inicio. Además, dura lo justo y necesario sin accesorios inútiles como desnudos o escenas de sexo.
Se puede ver en www.ondamedia.cl
(Sumergida. Chile, 2019)
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