En este caso, Rachel (Emily Blunt) mira desde el tren todos los días una casa en la que vive Megan (Haley Bennett, que se parece extraordinariamente a Jennifer Lawrence), bella joven llena de vida.
La protagonista tiene un matrimonio fracasado y cayó en el vicio del alcohol. Perdió su trabajo y viaja todos los días como si nada hubiera pasado. En su antigua casa, vive ahora su ex marido (Justin Theroux) y de su nueva esposa (Rebecca Ferguson), que primero fue su amante y con la cual tiene un bebita.
Desde el tren, cree ver un acto de infidelidad de Megan y, cuando ésta desaparece, entra en la duda de si fue o no testigo de su posible asesinato. Una serie de flashbacks la confunden tanto a ella como al espectador. ¿Qué pasó realmente? La presencia de un psicólogo que trataba a la presunta víctima, del marido de la misma y de una detective consiguen confundir aun más a Rachel cuya mente se esfuerza por separar sus pesadillas de la realidad.
La novela de Paula Hawkins tal vez profundiza mejor la mente de Rachel, desarrollando la imaginación del lector. En la película, en cambio, todo depende de lo visivo y tal vez ése sea su punto más débil.
Es una película de mujeres, dirigida por un hombre (Tate Taylor) que ya entregó una buena descripción del mundo femenino en Historias cruzadas (The Help, 2011).
El resultado me gusta y no debo entregar mayores antecedentes acerca de un relato que acrecienta el misterio en la medida que avanza.
Emily Blunt es una buena actriz y lo demuestra, a pesar de que el guión no la acompaña completamente. Sabe entregar los matices de una mente obnubilada y todas las contradicciones que llevan a una persona (del sexo que sea) a tomar decisiones precipitadas y no siempre coherentes.
(The Girl On the Train. USA, 2016)
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