sábado, 29 de agosto de 2020

El negro - Por José Blanco Jiménez


La historia de Ricardo Palma Salamanca sirve para reflexionar acerca del tema del héroe y del villano, en un país llamado Chile donde la palabra “reconciliación” ni siquiera se menciona. 


Para los que han visto mucho cine en su vida, el tema del héroe y del villano es recurrente, sobre todo en las películas norteamericanas que han atiborrado desde siempre las salas de los países latinoamericanos, como Chile.

Ante la historia de Ricardo Palma Salamanca, que relata el documental El negro, de Sergio Castro San Martín, me ha venido de inmediato a la mente Monsieur Verdoux, dirigido e interpretado en 1947 por el más grande genio del cine de todos los tiempos: Charles Chaplin. Basada en una idea de Orson Welles, es la historia de un hombrecillo que se casa con mujeres para matarlas y quedarse con su fortuna. Condenado a muerte, acepta su situación, sentenciando que es la sociedad la que nos hace criminales y crea armas para matar. Poco antes de ser ejecutado, dirá a un periodista: “Un asesinato hace a un villano… millones a un héroe. Los números santifican, mi querido amigo”.

El “negro” Palma – nacido en 1969 - ingresó al Frente Patriótico Manuel Rodríguez después de haber visto cuando niño el cuerpo flagelado de su hermana (a pesar de que trataron de ocultárselo), de haber sido afectado a los 16 años por el degollamiento de dos profesores de su colegio en 1985 (culpables de ser comunistas) y de la “derrota de Pinochet con un lápiz” el 5 de octubre de 1988, que – como han demostrado en su película No (2012) los hermanos Larraín, hijos de un jerarca de ultraderecha – no fue más que un gigantesco montaje para confirmar al régimen. Y la prueba más flagrante estaría en el plebiscito del 30 de julio de 1989, que modificó la ya espuria Constitución de 1980 para dar una excusa al gobierno de que nada cambiaría por falta de quórum y de que habría justicia “en la medida de lo posible”.

Según los informes Rettig y Valech, la cifra oficial de víctimas directas sería de 31.686 personas: 28.459 fueron víctimas de tortura, 2.125 muertos ejecutados y 1.102 desaparecidos.

No cabe duda de que el número santifica, porque la Unión Democrática Independiente (UDI) sigue protestando por la muerte de una sola persona: un senador, que fue el ideólogo del Golpe de Estado e “intelectual orgánico” de los estragos sucesivos. Aparece también en el documental declarando que el ser condenado a muerte para él sigue siendo “una instancia muy profunda de rehabilitación” y que lo ha pensado para él mismo. No sé si ya había previsto su muerte, pero la suya, según el Frente, fue una ejecución; no un asesinato.

El director no trata de justificar las acciones del Negro con la Ley del Talión, sino que lo presenta como una persona movida por las circunstancias. “Algunos piensan que soy un monstruo”, dice Ricardo. Y -agrego yo- muchos piensan que es un héroe, así como lo es James Stewart en la película Un tiro en la noche (The Man Who Shot Liberty Valence, de John Ford, 1962) a pesar de que no había matado a nadie. Ya no es el tema del villano, sino el del héroe.

En las películas de Hollywood, el héroe (“el jovencito”) mata al villano y el público está feliz de que lo haga. Pero esa figura se empezó a desmoronar cuando los estadounidenses empezaron a perder la Guerra de Vietnam o cuando se empezó a denunciar el genocidio de los pieles rojas y el peor de los holocaustos, esto es el de 12 millones de africanos vendidos como esclavos.

Los jerarcas nazis justificaron su actuación porque “obedecían órdenes”. También los torturadores y asesinos de uniforme, que además no cometían delito alguno por matar a sus compatriotas. Hasta el día de hoy parece que se discute si matar a un indígena es o no delito. Y todo con la anuencia de un Poder Judicial al servicio de la violencia de Estado. En la película, se ven lábiles declaraciones de un Presidente de la Corte Suprema que chapurrea un francés que, si yo no lo entiendo, menos lo van a entender los franceses.

Lo que sí entendieron los franceses fue que debían dar asilo político a Ricardo, porque en Chile no se podía acreditar un juicio justo, así como pretendió otorgarle uno a un general rescatado de Londres en el año 2000. Ricardo, que fue apresado y condenado, recuperó la libertad gracias a un cinematográfico escape en helicóptero de la Cárcel de Alta Seguridad el 30 de diciembre de 1996. Vivió con otra identidad en México por más de 20 años y fue detenido en Francia el 16 de febrero de 2018.

Cuando nos enseñaron historia de Chile, los malos eran los araucanos y los buenos los españoles. Después los malos fueron los españoles y los buenos los chilenos (que se disputaban el poder entre ellos). Históricamente, se piensa que el que vence lo ha conseguido porque estaba bendecido por Dios. Los que se amotinaron contra Manuel Montt fueron traidores, porque perdieron; los que derrotaron al gobierno constitucional de Balmaceda fueron héroes porque lo lograron. ¿Tengo que seguir?

Castro San Martín es particularmente prolijo en dejar que los personajes y los hechos hablen por sí solos. El ex coronel de Carabineros, que también perdió la vida por mano del “Negro”, sostuvo hasta el final que los hombres que comandaba no tenían nada que ver con los degollados. Mientras tanto, su institución y el Poder Judicial ponían todas las dificultades posibles a los dos ministros en visita que se atrevieron a investigar el caso: ¡hasta que se supo la terrible verdad!

Pero el director reconstruye la biografía del ahora cincuentón a través de conversaciones con su madre y sus dos hermanas, que no comparten la línea que él escogió, pero que sigue siendo el hijo y el hermano que no han vuelto a ver hasta hace poco. Él mismo, sin olvidar el humor negro del chileno, llegó a decir en una carta que era el auténtico Richard Kimble, con alusión al fugitivo de la serie televisiva.

Véala en cinepolisklic.com si es que quiere enterarse de la historia reciente de Chile y saque sus propias conclusiones. 

(El Negro. Chile/Francia, 2020)

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