domingo, 13 de septiembre de 2020

No soy una bruja - Por José Blanco Jiménez

Ambientada en África, enfatiza los problemas de género y de abuso infantil, que no son tan lejanos al mundo occidental y que es posible leer en clave universal. Se puede ver en https://centroartealameda.tv. 


África se dio a conocer en Occidente a través de películas, que fueron denominadas shockumentaries. Sin duda, las más importantes fueron Perro Mundo (Mondo cane, 1962), La mujer en el mundo (La donna nel mondo, 1963), Perro mundo 2 (Mondo Cane 2, 1963), Africa Adiós (Africa Addio, 1966) y Adiós, Tío Tom (Addio zio Tom, 1971) de los realizadores italianos Gualterio Jacopetti (1919-2011), Franco Prosperi (1926-2004) y Paolo Cavara (1926-1984). A ellas se suma una gran cantidad de documentales que, con excusas de estudios de antropología cultural, iban a buscar los aspectos más sórdidos y morbosos de la sociedad. Y África, con sus costumbres diversas, era un rico caldo de cultivo para mostrar ritos extraños junto con senos y nalgas exuberantes. Era tal la manipulación que muchos terminaron afirmando: “¡Fue un crimen que los europeos abandonaran a esa pobre gente!”

Pero en ¡Yo no soy bruja!, que podría ser el título de una comedia (y, en cambio es un sórdido drama), los protagonistas son africanos y la directora Rungano Nyoni es nacida en Zambia, pero criada en Gales. El hecho que la película esté hablada en las lenguas originales del grupo bantú) agrega un ingrediente más para una evaluación más obsecuente.

Todo comienza con una visita turística a un zoológico humano (¡Sí! Como aquéllos en los que fueron expuestos nuestros indígenas fueguinos) donde están las brujas, que tienen atada a la espalda una cinta, que les permite desplazarse según su longitud; si se la quitan, se transforman en cabras. Como tantas falsas dicotomías de otras sociedades: en occidente, la hija soltera se quedaba a vivir con los padres o se hacía monja; entre los judíos, la viuda sin hijos podía ser sólo limosnera o prostituta.

Sigue la historia de Shula, una huérfana de 9 años a la que, por esa condición, se le otorga una identidad fija, con la que tendrá que asumir un rol práctico: deberá ser bruja. Esto significa que deberá pasar la vida trabajando en el campo y ayudando a la burocracia local para “impartir justicia”. La “bruja” cumple un rol social, pero es también atractivo turístico. Todo parece absurdo. Sin embargo, si vemos lo que ocurre en otros países, la situación no es tan diferente: las procesiones, los actos cívicos, las paradas militares, el poder judicial que apoya y coopera con los regímenes pseudodemocráticos, la farándula.

Si se quiere tomar todo a la chacota es muy fácil: la mujer policía afro vestida al estilo europeo (así como, en los noticiarios, soldados indoamericanos desfilan con uniformes de corte colonialista), el gigantón caricaturesco que gobierna y esclaviza a todo el mundo humillándose después ante su jefa tribal, el insoportable espectáculo televisivo que desenmascara montajes absurdos. 

La República de Zambia es subdesarrollada, pero no porque “no tiene salida al mar”, sino por su condición de país monoproductor. Recuerdo perfectamente la visita del presidente Kenneth Kaunda a Chile en 1966, cuando Frei estaba llevando adelante la chilenización del cobre. Ambos países eran vistos como hermanos pobres y ésa es la mirada de conmiseración que suele extenderse ante los pueblos africanos. Es una de las críticas que se le hizo a Albert Schweitzer que, al ganar el Premio Nobel de la Paz 1952 habría dicho ”Servirá para terminar de construir el hospital”, pero que siempre consideró a los africanos como niños indefensos.

En cuanto a la hechicería, es tan necesaria como el poder religioso en otros países. No hay que olvidar tampoco la importancia que tenía el vudú en el gobierno de François Duvalier, en Haití. A ello se suma el temor por la diversidad, a partir de las anormalidades de nacimiento: gemelos, albinos, síndrome de Down. Y la figura de la bruja – que por saber mezclar las hierbas es acusada de todos los males, incluso la sequía - ha sido siempre combatida con fuerza misógina (Salem es un ejemplo paradigmático), porque debe predominar una figura machista, que en el mundo cristiano es Satanás.

Finalmente, que la infancia está en peligro en esos países no es menos cierto que en otros en los que existen organismos como el Sename, con todas sus consecuencias delincuenciales. Y todos recuerdan personajes de Charles Dickens (David Copperfield, Oliver Twist, la pequeña Dorrit) o El pibe (The Kid, de Charles Chaplin, 1921). Cuando se habla de “normalidad”, creo que es hora de dejar de mirarse el ombligo.

(I Am Not a Witch. Zambia/Reino Unido/Francia/Alemania, 2017)

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