viernes, 11 de septiembre de 2020

Vendrá la muerte y tendrá tus ojos - Por José Blanco Jiménez

El clásico tema de eros y thanatos se replica en la historia de dos lesbianas más que cuarentonas, una de las cuales sufre de una enfermedad terminal y decide esperar el fin de su vida en una cabaña, alejada del mundo, sólo acompañada de la mujer que ama. Se puede ver en matucana100 y en cinepolisklic. 


Recuerdo que vi Rosa de sangre (Et mourir de plaisir, de Roger Vadim, 1961) en un rotativo y, en la escena que Annette Stroyberg besa a Elsa Martinelli, el infaltable de la galería gritó “¡Tortillera!”. En cambio, cuando vi en una multisala, Joven y alocada (de Marialy Rivas, 2012), ante las escenas de sexo lésbico explícito, o ante expresiones del tipo “¡Se me quema el choriflay!” a lo más se oía una risita nerviosa. En medio siglo, las costumbres habían cambiado y ya no se miraban estas situaciones de manera tan morbosa: la sociedad aceptaba e, incluso, se complacía (tal vez con el placer voyerista del que, antiguamente, buscaba un “cuadro plástico” en un prostíbulo) en ver mujeres que se acariciaban.

Ya el título de la película (Vendrá la muerte y tendrá tus ojos) preanuncia que no será el sexo la tónica escogida por José Luis Torres Leiva. Probablemente hubo un período de revuelta hormonal con cálidas escenas, pero la relación entre Ana (Amparo Noguera) y María (Julieta Figueroa) ya es de mujeres adultas, con besos casi virginales. En contrapartida, hay una explícita exhibición de cuerpos masculinos desnudos en “coloquio” carnal y de una “cachorra humana” rescatada de los bosques por una anciana, que reaparecerá junto a un perro, que también formaba parte de un relato secundario inserto en el principal: alegorías que no pasarán inadvertidas (la vida es un encuentro fortuito; la muerte es un nuevo inicio en busca de la felicidad).

Creo que es un error hablar de los premios que obtuvo una película, porque es un truco publicitario que no siempre resulta. Una obra cinematográfica vale por la reacción que provoca en los espectadores y no por la que produjo en otros espectadores.

Para mí es una historia de gran delicadeza, que invita a acompañar esa inevitable separación, que tendremos que enfrentar, de nuestros seres queridos. Y a veces se siente como una barrera absurda, como una niveladora que se interpone en el camino.

La alusión a Cesare Pavese no es gratuita. Conozco su obra desde hace más de medio siglo y su grandeza está en el saber examinar el alma humana en relación con la naturaleza, quebrantadas ambas por la absurdidad devastadora de la guerra. Murió suicida, según parece por la crisis permanente que provocaba en él la eiaculatio precox, y la muerte – como dice en su poesía - era una compañía permanente, desde el día a la noche. Tendrá tus ojos, porque los ves cuando te pones cada mañana sola ante el espejo. “Ese día - ¡oh, querida esperanza! – también nosotros sabremos que eres la vida y la nada”.

En las protagonistas hay una belleza otoñal que se expresa en primerísimos primeros planos, sin maquillaje alguno, lo que aumenta el poder icónico del silencio. Una lágrima, una sola lágrima puede expresar todo el dolor del mundo.

Hay otras referencias literarias (como los versos de Hijas del viento de Alejandra Pizarnik, que describen la invasión de la muerte), pero lo verdaderamente conmovedor de la película no está en lo intelectual, sino en la espera del deceso con la seguridad de amar y ser amada. La cuestión de género es lo de menos y, por lo demás, nadie la discute: lo importante es amar, como inmortalizó Guillermo Blest Gana en su imperecedera Mirada retrospectiva.

(Vendrá la muerte y tendrá tus ojos. Chile/Alemania/Argentina, 2019)

No hay comentarios.:

Publicar un comentario