Guillermo del Toro, con su propia versión del clásico cuento infantil, nos regala una composición técnicamente alucinante, un stop-motion que deslumbra a gran nivel. Destaca la plasticidad de sus cuadros, la iluminación y un realismo que, por momentos, nos hace olvidar que estamos frente a una animación. La fluidez y los finos detalles de cada escena devienen en una notable naturalidad de expresión; la técnica es solo el soporte, la majestuosidad, entonces, está en el relato.
El contexto elegido para la trama es la Italia fascista de la década de 1930, entre la Primera Guerra Mundial y la Segunda Guerra Mundial, cuando ejercía el poder el dictador Benito Mussolini. En esos oscuros días, Geppetto llora la muerte de su hijo Carlo, ocurrido durante un bombardeo aéreo de las fuerzas austriacas. El viejo carpintero lo honra al plantar una piña cerca de su tumba donde un frondoso pino crece con el pasar de los años. Un grillo llamado Sebastián hace del árbol ya maduro su hogar, pero Geppetto -borracho-, lo corta para fabricar un “nuevo hijo” de madera al que un duendecillo azul le da vida y lo bautiza como Pinocho.
Geppetto sorpresivamente descubre que Pinocho está vivo. Lo encierra en un armario mientras va a la iglesia, pero él lo sigue y alborota al pueblo. Geppetto, entonces, ordena que vaya a la escuela, pero en el trayecto el muñeco es abordado por el ex aristócrata y ahora convertido en showman, el Conde Volpe y su mono, Spazzatura, quienes lo embaucan para que trabaje con ellos. Las aventuras siguen sin parar en una historia tendrá muchas idas y vueltas que, en un metraje de casi dos horas, pasan muy rápidamente.
Con guion de Guillermo del Toro y Patrick McHale, la novela de Carlo Collodi se transforma gracias a esta particular versión del propio Del Toro y Matthew Robbins. La narrativa es perfecta, no solo por la forma en la que introduce a los personajes sino que, principalmente, por la manera de concatenar la historia entre presente y pasado. Todos los protagonistas están muy bien construidos, resultan empáticos, curiosos, entrañables. Y qué decir de los villanos, este reconvertido feriante de poca monta y el reclutador fascista resultan ser caricaturas acertadísimas de una Italia en plena transformación.
Las voces que dan vida a los personajes, en su versión original, brillan con colores propios: Gregory Mann como Pinocho; Ewan McGregor como Sebastian J. Cricket, el grillo; David Bradley como el maestro Geppetto; Christoph Waltz como el Conde Volpe; y Cate Blanchett como Spazzatura, entre muchos otros, aportan un valor agregado reluciente y a la vez cercano para una historia cuya esencia todos conocemos, pero que acá nos depara muchas sorpresas.
“Pinocchio” es una película con un alto grado de oscuridad, incluso diría que con reparos para los niños. Claramente es para adultos, no es su foco el infantil, acompañados por sus hijos, ya que es una cinta abundante en valores y anti valores, para conversar y compartir. En el centro es una historia de amor, donde la libertad y la familia cobran un papel fundamental. También asoman profundamente las relaciones Padre-Hijo, las emociones, los sueños y frustraciones, las expectativas y lo tremendamente complejo que resulta el exigir su cumplimiento.
Esta película, en modo particular, se transforma en una gran reflexión sobre la muerte y el duelo. Aparece la dualidad infinitud - finitud, muy compleja, muy difícil de abordar, algo que el relato lleva bien y de forma natural, sin forzar elementos ni tampoco sumergirse en sesudas explicaciones que la harían aún más densa.
Fascinante este “Pinocchio de Guillermo del Toro”, una ventana de transformaciones, un elaborado estudio de personalidades y una invitación a cuestionarse acerca del verdadero sentido de la vida.
El contexto elegido para la trama es la Italia fascista de la década de 1930, entre la Primera Guerra Mundial y la Segunda Guerra Mundial, cuando ejercía el poder el dictador Benito Mussolini. En esos oscuros días, Geppetto llora la muerte de su hijo Carlo, ocurrido durante un bombardeo aéreo de las fuerzas austriacas. El viejo carpintero lo honra al plantar una piña cerca de su tumba donde un frondoso pino crece con el pasar de los años. Un grillo llamado Sebastián hace del árbol ya maduro su hogar, pero Geppetto -borracho-, lo corta para fabricar un “nuevo hijo” de madera al que un duendecillo azul le da vida y lo bautiza como Pinocho.
Geppetto sorpresivamente descubre que Pinocho está vivo. Lo encierra en un armario mientras va a la iglesia, pero él lo sigue y alborota al pueblo. Geppetto, entonces, ordena que vaya a la escuela, pero en el trayecto el muñeco es abordado por el ex aristócrata y ahora convertido en showman, el Conde Volpe y su mono, Spazzatura, quienes lo embaucan para que trabaje con ellos. Las aventuras siguen sin parar en una historia tendrá muchas idas y vueltas que, en un metraje de casi dos horas, pasan muy rápidamente.
Con guion de Guillermo del Toro y Patrick McHale, la novela de Carlo Collodi se transforma gracias a esta particular versión del propio Del Toro y Matthew Robbins. La narrativa es perfecta, no solo por la forma en la que introduce a los personajes sino que, principalmente, por la manera de concatenar la historia entre presente y pasado. Todos los protagonistas están muy bien construidos, resultan empáticos, curiosos, entrañables. Y qué decir de los villanos, este reconvertido feriante de poca monta y el reclutador fascista resultan ser caricaturas acertadísimas de una Italia en plena transformación.
Las voces que dan vida a los personajes, en su versión original, brillan con colores propios: Gregory Mann como Pinocho; Ewan McGregor como Sebastian J. Cricket, el grillo; David Bradley como el maestro Geppetto; Christoph Waltz como el Conde Volpe; y Cate Blanchett como Spazzatura, entre muchos otros, aportan un valor agregado reluciente y a la vez cercano para una historia cuya esencia todos conocemos, pero que acá nos depara muchas sorpresas.
“Pinocchio” es una película con un alto grado de oscuridad, incluso diría que con reparos para los niños. Claramente es para adultos, no es su foco el infantil, acompañados por sus hijos, ya que es una cinta abundante en valores y anti valores, para conversar y compartir. En el centro es una historia de amor, donde la libertad y la familia cobran un papel fundamental. También asoman profundamente las relaciones Padre-Hijo, las emociones, los sueños y frustraciones, las expectativas y lo tremendamente complejo que resulta el exigir su cumplimiento.
Esta película, en modo particular, se transforma en una gran reflexión sobre la muerte y el duelo. Aparece la dualidad infinitud - finitud, muy compleja, muy difícil de abordar, algo que el relato lleva bien y de forma natural, sin forzar elementos ni tampoco sumergirse en sesudas explicaciones que la harían aún más densa.
Fascinante este “Pinocchio de Guillermo del Toro”, una ventana de transformaciones, un elaborado estudio de personalidades y una invitación a cuestionarse acerca del verdadero sentido de la vida.
Ficha técnica
Título original: Guillermo del Toro's Pinocchio
Año: 2022
Duración: 117 minutos
País: Estados Unidos
Compañías: Coproducción Estados Unidos-México-Francia; ShadowMachine Films, Jim Henson Company, Netflix, Necropia Entertainment, Pathé, Double Dare You, Netflix Animation. Distribuidora: Netflix
Género: Animación. Fantástico. Musical. Drama | Cuentos. Stop Motion
Guion: Guillermo del Toro, Patrick McHale. Personaje: Carlo Collodi. Novela: Carlo Collodi. Historia: Guillermo del Toro, Matthew Robbins
Música: Alexandre Desplat
Fotografía: Animación, Frank Passingham
Reparto: Animación
Dirección: Guillermo del Toro, Mark Gustafson
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