viernes, 14 de mayo de 2021

La Última Nota - Por Carlos Correa

Disponible en Netflix. 


Sir Henry Cole -Patrick Stewart-, ha regresado a los escenarios luego de años de silencio. Prodigio del piano y poseedor de una exuberante interpretación, sus recitales convocan multitudes que le siguen e idolatran. Pero solo una parte de Henry está de regreso. Hay otra, íntima y profunda, que se encuentra desprendida de su cuerpo. Puede ser su alma, el recuerdo de su gran pérdida, o también el extravío del sentido de la vida, o del arte que ejecuta, o del por qué y el para qué lo lleva a cabo.

Paul -Giancarlo Esposito-, su agente, es un motor incansable. Gran amigo y siempre cercano, lo contiene en la medida que puede, sin embargo Henry se ve perdido, dubitativo, temeroso. ¿Pánico escénico? Puede ser, pero solo en parte. ¿Memoria, lapsus, temor a la mente en blanco? También en parte. Pero hay algo más, mucho más intenso, imperceptible, subterráneo. Un hilo fino y delgado de intenso dolor y sinsentido que tiende a paralizarlo, inmovilizarlo.

Luego de un vibrante concierto, el pianista ofrece una ronda de preguntas a periodistas acreditados. Allí conoce a Helen Morrison -Katie Holmes-, una joven reportera de The New Yorker quien le solicita una entrevista exclusiva pues se encuentra escribiendo una crónica sobre él. Pero Cole es solitario y rehuye la exposición, por lo que se niega. Un encuentro posterior en el Steinway Hall los reúne nuevamente, y a raíz de una imaginativa improvisación, acuerdan juntarse y la postergada entrevista se lleva a cabo en los días siguientes.

Las preguntas sobre la vida y la trascendencia, sobre el arte, la interpretación y también acerca de los recuerdos, se toman sus reuniones. Surge amistad, cercanía, acompañamiento y admiración mutua. Henry parece despertar de un letargo; Helen se percibe cómoda y animada. En el escenario, Henry sufre un percance pero logra continuar gracias a la oportuna intervención de la joven. Acto seguido, en una de las escenas más conmovedoras de la cinta, vemos cómo el maestro acoge a un joven estudiante de piano que lo visita en su camarín luego del concierto.

Esta película escrita por Louis Godbout y dirigida por Claude Lalonde es fundamentalmente reflexiva. El guion es pausado, no tiene apuro, confía en que cada escena y cada secuencia transcurra con mínimos avances, donde parece que no pasa nada. Pero esto es aparente, porque lo que sucede es que se despierta gradualmente nuestro compromiso emocional con el protagonista, un proceso invisible e imperceptible, delicado y finamente estructurado.

Es muy curioso que se filme una película de estas características, sobre todo en los tiempos que corren. Como músico, reconozco que me toca profundamente. Tiene un sinfín de detalles que son parte de mi mundo. Comenzar con el tercer movimiento de la Sonata “Appassionata” de Beethoven, luego seguir en pantalla la partitura de la Fantasía de Schumann, y así, una pieza tras otra, tiene un encanto especial. Posee una banda sonora que uno quisiera independizar de la acción que transcurre en la pantalla. Si a lo anterior le sumamos un ejemplo poco presente en muchas películas y que se refiere a la ejecución, sorprende el gran trabajo respecto a las manos del actor sobre el piano. Hay efectos de edición espléndidos y un coaching excelente, que, sumado al trabajo de Allan Sutton como doble de Patrick Stewart sentado al piano, entrega una confección precisa. Es notable la sincronía y el toque de realidad que se imprime en cada secuencia, lo que sin duda es un aporte técnico fundamental, en extremo cuidadoso y perfectamente logrado.

Los diálogos de este filme son profundos y trascendentes, tanto como sus silencios. Aquella lentitud en el proceso de construcción puede exasperar a algunos, pero entrega al relato una gran consistencia. Me llegó bien adentro, sin duda, no obstante que en el último tercio tiende a caer en una inercia desde la que se resiste a salir para concluir con un predecible final. Mención especial a la fotografía y a la asociación paisaje-música; surte el efecto de un bálsamo, seduce, aquieta, abre el corazón.

“Coda”, su título original, es una película sensible y que tal vez no esté dirigida a todo público. La veo más desarrollada para intérpretes y amantes de la música. Si bien tiene elementos ya vistos y ciertos lugares comunes, se atreve a sumergirse en la intimidad de un artista en el ocaso de su carrera y de su vida. “Coda” es muy apropiado como título -es una singular particularidad en la música que implica un material extra al final, es decir, literalmente una cola-. pues la analogía con la vida resulta muy acertada y se retrata perfectamente en el metraje.

Podría extenderme mucho más, describir las piezas que se suceden o desglosar aún más sus múltiples detalles, pero no es el caso. La cinta se inclina hacia el proceso musical, sin embargo intenta equilibrar. Me gustaría saber cómo le llega a otras personas, más alejadas o con menos afinidad por la así llamada música clásica.

Para concluir, dos menciones importantes. Todas las interpretaciones de la cinta están a cargo del pianista ucraniano Serhiy Salov, quien también aparece al final de la película. Y lo segundo, la recordada frase de Nietzsche, “La vida sin música sería un error". Tener a la vista esta sentencia me emociona profundamente y no puedo estar más de acuerdo. La cinta la utiliza y explora otro detalle muy profundo, pero comentarlo daría curso a un texto adicional que no cabe en estas limitadas líneas.

Banda sonora disponible en YouTube

Ficha técnica

Título original: Coda
Año: 2019
Duración: 96 minutos
País: Canadá
Productora: 1976 Productions, Clinamen Films.
Distribuidora: Gravitas Ventures
Género: Drama | Música
Guion: Louis Godbout
Fotografía: Guy Dufaux
Reparto: Patrick Stewart, Katie Holmes, Giancarlo Esposito, Abdul Ayoola, Letitia Brookes, Don Anderson, Drew Davis, Nicholas Haze, Beat Marti, Silvana Sanchez, Patrick Ryan, Paul Van Dyck, Catherine St-Laurent
Dirección: Claude Lalonde

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