Basada en el libro “Raza de víboras, memorias de una novicia”, de Sandra Migliore, cuenta un episodio brutal en la vida de Sandra y Valentina, dos novicias abusadas sexualmente dentro de un convento.
Sandra y Valentina asistieron a un convento en Argentina, ambas en épocas diferentes, nunca se cruzaron en su infancia, pero ambas tenían algo en común, eran menores de edad y deseaban servir a Dios, eso hizo que sus caminos se unieran siendo adultas.
La historia se presenta en dos líneas temporales, el blanco y negro cinematográfico es el pasado, un pasado oscuro, muy gris, que apagará la vida de estas jovencitas; y el presente en color, el color de la esperanza de una nueva vida, de decisiones. Ambas fueron abusadas sexualmente por una monja mayor en el convento, quien aprovechaba la instancia de que eran jóvenes vulnerables, sea porque fueron alejadas de sus familias por no poder mantenerlas, o necesitaban conectarse realmente con Dios, todas inocentes, todas obedientes y temerosas al castigo del Señor. Ese castigo que se les amenazaba constantemente, usar el nombre de Dios para conseguir malos propósitos.
Amenazas, temor, silencio, abuso, así fue la vida de Sandra, Valentina y otras menores de edad mientras estaban en el convento bajo la supervisión de la madre “Bibiana”.
Analizándola más conscientemente, se puede advertir que visualmente está bien contada, es decir, sin diálogos, la cinta se entiende claramente por la gesticulación y las escenas que se muestran, principalmente aquellas del recuerdo, donde nos provoca rechazo, rabia, pena, e incluso asco. Pero contradictoriamente, los diálogos en los momentos que se muestran de adultas, principalmente, hacen que la cinta no concrete el fondo, no provoca la tensión de la situación, no nos generan empatía estas víctimas ya adultas, y se alarga más de lo normal. Solo nos provoca cierta reacción, la intervención de terceros.
Las actuaciones son buenas, tantos jóvenes como adultas cumplen con su rol, pero las actrices que personifican a las menores abusadas son estremecedoras. Al verlas en su situación de dolor quieres contenerlas y ayudarlas. Y la actriz que personifica a la monja abusadora, es realmente aterradora y más que eso, asquerosa.
¿Cómo un adulto puede tener sensaciones de tipo sexual hacia menores de edad? No es sano, no es normal. Por lo tanto, no es tu culpa como víctima.
¿Por qué quienes deben guiar se aprovechan en nombre de Dios, abusando de su cargo, condición y fuerza, dañan?
En un momento donde los menores de edad deben nutrirse de buenas enseñanzas, buenos consejos, contención, apoyo y tener un referente de su vida, terminan dañándose psicológicamente, dudando de la fe, y a veces, de su condición sexual.
Una historia como muchas que hay y que no se han contado, sea por temor o vergüenza no salen a la luz. Ahora, estas dos mujeres adultas dan la cara, aunque tal vez legalmente sea tarde, para su conciencia no lo es.
No se debe callar, no debemos tener miedo, debemos dar el paso por muy duro que sea, denunciar al abusador, y que las instituciones sean puestas en jaque cuando protegen al abusador, como en este caso fue la Iglesia.
En resumen, aunque no es perfecta estéticamente, es necesario verla para no olvidar a las miles de víctimas existentes.
Y no juzgar cuando sabemos de alguna historia así, solo saber escuchar, pues la justicia, sea legal o divina se hará efectiva en algún momento. Sí, conscientemente puedo señalar que existen las falsas denuncias, pero reitero, la justicia, sea divina o terrenal, actuará en su momento.
Una historia de terror, que curiosamente terminó siendo una historia de esperanza y amor.
NOTA: Si necesitas denunciar un caso de abuso sexual en Chile, hazlo a uno de los siguientes teléfonos: 133, 147, 149 o 4242.
Y en cualquier lugar del mundo, acércate a las unidades policiales de tu sector.
Ficha técnica
Dirección: Alberto Lecchi
Año: 2023
Duración: 104 minutos
País: Argentina
Guion: Alberto Lecchi, Daniel Romañach
Música: Valentina Caiozzi
Fotografía: Sebastián Gallo
Edición: Silvio Caiozzi
País: Argentina
Guion: Alberto Lecchi, Daniel Romañach
Música: Valentina Caiozzi
Fotografía: Sebastián Gallo
Edición: Silvio Caiozzi
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