jueves, 12 de agosto de 2021

El Padre - Por Carlos Correa

Disponible en Cines. 


Anthony -Anthony Hopkins- pasa los 80 años y vive solo. No quiere ser cuidado, rechaza cualquier ayuda, siente que puede mantenerse por sí mismo sin ninguna dificultad. Anne -Olivia Colman-, su hija, con mucha paciencia, trata de convencerlo para que no se oponga a todas las cuidadoras que con tanto esmero y dedicación ella contrata. Anthony no quiere nada; reclama que la última persona le ha robado su reloj. Anne lo escucha, tiene que decirle algo importante, se mudará a Londres con su nuevo novio y su padre necesitará de alguien que vele por su bienestar.

Laura -Imogen Poots-, es la elegida. Llega puntual a la entrevista. Anthony se muestra coqueto y travieso. Es que le recuerda a Lucy, su hija menor. Congenian, se abre a la posibilidad, el plan de Anne toma forma, aunque su padre no esté para nada convencido. El escenario se torna más confuso porque todo avanza desordenadamente y los elementos comienzan a cambiar lenta y progresivamente. La mente de Anthony se conecta y desconecta con cada vez más frecuencia. El deterioro acrecienta la pérdida, aumentan sus vacíos, la delgada línea amenaza con romperse, el sufrimiento pronto se transforma en desesperación.

Son muchos los detalles presentes en esta película. Detalles que no son adornos, son parte esencial de una muy lograda configuración íntima. El desafío de mostrar estados mentales siempre ha sido difícil, por lo que la hazaña de Florian Zeller cobra más relevancia aun. No solo nos posiciona como observadores directos sino que nos hace ser parte de cada escena. Observamos a través de los ojos de Anthony, sentimos a través de sus silencios y miradas, estamos tan desorientados como él en sus confusiones y no sabemos distinguir qué es realidad y qué es imaginación.

Por cierto, la soberbia actuación de Anthony Hopkins resulta impactante. Al tener la edad de su personaje, no hay diferencia alguna. Es un rol hecho a su medida, probablemente, pero en el que además el actor se agiganta gracias a sus dotes artísticas, a su característica prestancia y a una humanidad que aflora desde los poros de su piel. ¡Inigualable interpretación! ¡Conmovedora y a la vez estremecedora! El brillo de sus ojos o aquellas pequeñas muecas en su rostro retratan externamente la pesadilla interior. ¿Lo percibe? ¿Se da cuenta de lo que sucede? Queda sembrada en nosotros la duda, Hopkins lo subraya, lo vive intensamente, no parece estar actuando, es la realidad pura la que se refleja en su ser.

Olivia Colman, interpretando a su hija, nos deja sin aliento en muchas de sus escenas. Vemos en ella un sufrimiento inconmensurable. Sentimientos encontrados que se desprenden desde lo inevitable de la enfermedad de su padre, a propósito de los cuidados necesarios dada su condición y por supuesto, también, por aquello que pudiera parecer egoísta y ciertamente no lo es; continuar su vida, su propio camino, su desarrollo como mujer, la esperanza de encontrar ese esquivo amor. Enternecen sus miradas, emociona su conflictuada interioridad. Colman también vive su personaje, no es solo un rol, va más allá del soporte fílmico, se compenetra y con ello hace brillar aun más a Anthony quien naturalmente se roba la pantalla.

La fotografía de Ben Smithard es rica y abundante en detalles. Los decorados son mostrados con sutileza. Podemos perder de vista algunos elementos específicos de una configuración que permanentemente está cambiando, levemente, y que a medida que transcurre el metraje nos deja observar mayores diferencias. El espacio es similar, pero lo que contiene no lo es. Hay pistas, algunas luces, sombras, recovecos, sonidos. Todo es claro y confuso al mismo tiempo. El reloj perdido y su escondite. El tiempo va y viene. ¡Qué manera de provocarnos confusión! Es un tratamiento cinematográfico especial, con un contenido riquísimo en sub textos que no dejan de interpelarnos constantemente.

La cámara de Florian Zeller sigue de cerca a sus protagonistas. Eso permite que estemos allí y que por momentos intercambiemos papeles. A veces estamos sentados en la misma habitación de Anthony, o lo acompañamos en sus viajes mentales, en su contradicción o en esa mirada perdida hacia la calle. El pollo está listo, la cena está servida. Estamos sentados en su mesa, en la cocina, o en su cuarto escuchando su música más preciada. Si conseguimos estar allí es porque Zeller ha logrado el objetivo. Comenzamos a sentir, a vivir y a soñar; también imaginamos y nos despertamos de pronto ante una realidad que no logramos concretar ni menos asimilar. Somos Anthony, también somos Anne; comprendemos, tal vez, pero no entendemos.

La película es sensible y aguda. Los valores que representa son fundamentales y las preguntas de fondo que plantea resultan acuciantes. El guion, basado en la obra original del director, es atmosférico y complejo. Tiene urgencia y calma a la vez. No se apura, no corre, no acelera. Permite respirar y también deja que mucho quede en el aire, a nuestros ojos, a nuestra interpretación. Y no es lento, al contrario, tiene un ritmo justo. Sin prisa pero sin pausa, como decimos más de una vez. Es que la situación es urgente pero no se resuelve con ninguna acción abrupta o atolondrada. El espacio es vital para sumergirnos en una historia que nos deja huella, que nos marca emocionalmente y que probablemente recordaremos por mucho tiempo.

Ficha técnica

Título original: The Father
Año: 2020
Duración: 97 minutos
País: Reino Unido
Productora: Co-production Reino Unido-Francia; Trademark Films, Embankment Films, Film4 Productions, F Comme Film, AG Studios NYC (Distribuidora: Lionsgate )
Género: Drama | Vejez/Madurez. Enfermedad. Alzheimer. Familia
Guion: Florian Zeller, Christopher Hampton (Obra: Florian Zeller)
Música: Ludovico Einaudi
Fotografía: Ben Smithard
Reparto: Anthony Hopkins, Olivia Colman, Imogen Poots, Rufus Sewell, Olivia Williams, Mark Gatiss, Evie Wray, Ayesha Dharker
Dirección: Florian Zeller

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