viernes, 27 de diciembre de 2019

La posesión de Mary - Por José Blanco Jiménez

El núcleo del relato es la confesión de la sobreviviente Sarah, interpretada por Emily Mortimer, que ya ha aparecido en numerosas películas entre las que se cuentan La isla siniestra (Shutter Island, 2010) y Hugo (2011) de Martin Scorsese, las dos nuevas versiones de La pantera rosa con Steve Martin (de Shawn Levy, 2006; y Harald Zwart, 2009) y El regreso de Mary Poppins (Mary Poppins Returns, de Rob Marshall, 2018). A través de un extenso flashback, el relato se desarrolla como un diálogo entre ella y una detective (Jennifer Esposito), que quiere aclarar los hechos.

Así el espectador se entera que David (un muy desaprovechado Gary Oldman) compró un pequeño yate, de nombre Mary, que resultó estar poseído por el fantasma de una bruja representada en el mascarón de proa.

Ambos cónyuges se hicieron a la mar con sus dos hijas y un par de ayudantes, que tenían intereses sentimentales: uno pretendía a la jovencita mayor y el otro había sido amante ocasional de la mujer. Ambos empiezan a manifestar conductas criminales y la hija menor, con los dibujos que inspira el amigo secreto, presagia momentos funestos.

Para completar el cocktail de lugares comunes, se avecinan al Triángulo de las Bermudas, pierden la radio y llega un momento en que se encuentran en medio de la nada sin poder ir ni volver de y hacia ninguna parte. Y la violencia de todos contra todos explota.

La narración de Sarah choca con la mirada racional de la policía, mientras el público se deja convencer por tantas obviedades.

En fin de cuentas, una película para los que gustan del género, pero sin la categoría de Polanski o de Hitchcock.

(Mary. USA, 2019)

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