sábado, 11 de enero de 2020

La maldición de la ouija - Por José Blanco JIménez

El peligroso juguetito sigue haciendo estragos. Una de las normas es que no se debe usar en un sitio donde ocurrieron hechos luctuosos. Y es precisamente lo que hace Laurie (Carly Schroeder) cuando decide repetir una experiencia que fue terrible 30 años antes: usar la tabla ouija para invocar espíritus como experiencia paranormal. De los resultados podría salir un libro y de la venta de éste el rescate de una hipoteca. La acompañan su novio Nick (Mark Grossman) y la pareja afroamericana conformada por Tina (Grace Demarco) y Spence (Derrick A. King).

En la casona de la sesión los espera la prima Samantha (Mischa Barton) y no se trata de un lugar tenebroso, sino de un moderno y confortable bungalow, amoblado con el mejor gusto moderno. Ello es una de las escasas variantes de esta película con respecto a sus predecesoras. Pero sí son lugares comunes el llamado del espíritu y sus trágicas consecuencias.

En efecto, la pregunta más recurrente es: “¿Qué está pasando aquí?”. Y la verdad es que los protagonistas parecen no entender lo que el espectador capta desde un primer momento: han llamado a un espíritu maligno y éste no les dará tregua haciéndolos entrar en un juego macabro.

Se trata de Roka, culpable de la muerte de niños, que fue neutralizado por “brujas buenas”, antepasadas de las primas, y que ahora busca su revancha. Aprovechando que Tina, con unas copas de más, pinta su cuerpo como tablero ouija y se traga una piedra que le perteneció, la posee. De ahí para adelante se cae en el gore. Me detengo aquí por razones obvias, ya que todos los ingredientes están dados.

Sólo dos observaciones. Primera: es difícil asumir los juegos anagramáticos por la traducción del inglés al castellano, sobre todo si ven una versión doblada. Segunda: bellos ejemplares juveniles, pero nada de desnudos, lo que no deja de ser una novedad.

(Ouija House. USA, 2017)

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