jueves, 14 de diciembre de 2017

Timbuktú - Por Juan Pablo Donoso

Un filme de aparente sencillez que denuncia las más feroces aberraciones e injusticias a los derechos humanos en nuestros días.

El director y guionista mauritanio A. Sissako nos instala en una pequeña ciudad de la república africana de Mali, llamada Timbuctú (la de los 33 santos), rodeada de desiertos y habitada por humildes pastores con sus familias, cercana al río Níger. Son musulmanes y han vivido así por más de mil años.

Para ellos la Yihad es inherente a su religión, y su práctica debiera acercarlos a su Dios, Alá. Yihad significa “esfuerzo de todo musulmán para que la ley divina reine en la Tierra”, aunque muchas veces en la historia ha implicado “la guerra santa”, con todas sus devastadoras consecuencias.

La película nos deslumbra con bellísimos paisajes áridos, serenos atardeceres, y tranquilas familias que viven de sus ganados. Y sobre esta quietud milenaria irrumpe el “yihadismo” con sus dos facetas contrapuestas: una (la Mayor), para elevar espiritualmente al hombre, y la otra (la Menor), de inspiración violenta, radical y extremista, que también en nombre de Alá intenta aplastar a su pueblo hasta niveles subhumanos. Y ambas lo hacen en miras de una futura dicha celestial.

En el campo, nos situamos en el hogar/carpa de Kidane, pastor que vive con su esposa, Satima, su hijita Toya y su hijo Issan de 12 años, que cuida los rebaños. Muchos habitantes de la ciudad han emigrado debido a que los yihad fundamentalistas se apoderaron de la región imponiendo sus reglas de vida. Kidane opta por permanecer en sus tierras ancestrales manteniéndose alejado, en lo posible, de las milicias dominantes.

Por un desafortunado conflicto cotidiano Kidane mata accidentalmente a un vecino pescador. La familia del occiso lo demanda a los tribunales quienes le imponen una indemnización fuera de sus posibilidades.

El desarrollo del proceso, y el dolor de ambas familias, nos permiten ser testigos de lo que significa pertenecer a semejante comunidad político/religiosa.

Las autoridades ejercen su tiranía hasta el extremo de impedir que los habitantes beban alcohol, fumen en la calle, las mujeres deben usar calcetines, en las reuniones sociales cantarán himnos religiosos y, hasta lo más insólito, que los niños sólo deban jugar fútbol con una pelota imaginaria. Cualquier desobediencia es brutalmente castigada practicando hasta la pena de muerte por lapidación, como hace dos mil años.

Lo paradojal de semejante gobierno es que sus habitantes utilizan con destreza sus modernos celulares.

Al margen del destino de Kidane y su esposa, la película entera nos impregna del desconcierto y la indignación de que en nuestros días coexistan sociedades con tan irracionales contrastes y grados de fanatismo. ¿Hacia dónde pueden escapar aquellos jóvenes que alcanzan a intuir la sofisticada barbarie? ¿Qué pueden hacer las organizaciones mundiales en favor de aquellos pueblos sometidos sin caer en lo “políticamente incorrecto” o, peor aún, hacerse objeto de atentados terroristas en plenas urbes occidentales?

UN ESTUPENDO FILME QUE DENUNCIA LA TRAGEDIA DE LOS PUEBLOS SOMETIDOS AL ABUSO, FANATISMO E INTOLERANCIA POLÍTICO/RELIGIOSA.

Ficha técnica

Cine Arte Galería Patricia Ready 
Drama social y político 
Mauritania y Francia – 1,37 hrs. 
Fotografía: Sofian El Fani 
Edición: Nadia Ben Rachid 
Música: Amin Bouhafa 
Diseño Prod.: Sebastian Birchler 
Guionistas: Abderrahmane Sissako y Kessen Tall 
Actores: Ibrahim Ahmed, Abel Jafri, Toulou Kiki 
Director: Abderrahmane Sissako

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