sábado, 4 de enero de 2020

Los Dos Papas - Por José Blanco Jiménez

El brasileño Fernando Meirelles es conocido por sus películas Ciudad de Dios (City of God, 2002) y El jardinero fiel (The Constant Gardener, 2005), que tratan de delincuentes de baja y de alta calaña.

En esta producción para Netflix, reconstruye el microcosmos del Vaticano en el período que va desde 2010 a 2013, esto es el período en que el alemán Joseph Ratzinger – con el nombre de Benedicto XVI - estaba tomando la decisión de renunciar a su cargo de monarca absoluto del Estado de la Ciudad de Vaticano. Lo ocupaba desde el 2005, cuando había sido elegido para reemplazar al polaco Karol Wojtyla, que había estado en el solio pontificio por más de 26 años.

La figura del Papa siempre ha sido controvertida por su intromisión en el mundo temporal. No hay que olvidar que era propietario de la tercera parte de la península italiana y ésa era una de las razones por qué fue elegido por 455 años sólo un Papa italiano. Es uno de los pocos soberanos que, en la actualidad, acumula todo el poder y la explicación se encuentra en el hecho que gobierna un Estado Teocrático, en el que es sólo el Vicario del Cristo. Pero no es un cargo hereditario: es electivo y no puede designar sucesor.

Valga todo este preámbulo para entender el trasfondo de una película, que de religiosa tiene bien poco. De hecho, debemos considerarla como una creación a lo Tarantino, en la que Hitler puede morir en un atentado incendiario y Sharon Tate no resultar asesinada.

La reconstrucción del interior del Vaticano y de la Capilla Sixtina es perfecta. El espectador puede incluso sentirse incómodo al invadir el secretismo que rodea a “la Santa Sede”, con todas las acusaciones de abusos sexuales, la fuga de documentos de Vatileaks, la necesaria transparencia del IOR (Instituto para las Obras de Religión). Este último, que es más conocido como Banco Vaticano, fue ya puesto en la berlina por Francis Ford Coppola en El Padrino III, (The Godfather Part III, 1990) y por Giuseppe Ferrara en Los banqueros de Dios (I banchieri di Dio, 2002).

Queda claro que ser Papa no es precisamente un cargo exclusivamente espiritual. Por ello, se remeció la jerarquía eclesiástica cuando, después de un irreemplazable Pío XII, fue elegido Juan XXIII, que por su edad debía durar poco mientras se perfilaba un “verdadero” pontífice. Al punto que los “sedevacancistas” afirman que después de Eugenio Pacelli no ha habido papas legítimos. Recientemente, hubo un cierto apuro por canonizar a Juan Pablo II, considerando que no tomó medidas contra los pedófilos, liquidó la Teología de la Liberación, eliminó a los obispos progresistas y no condenó crímenes como el de Oscar Arnulfo Romero.

Pero me limito al filme que – creíble o no – está muy bien realizado. Anthony Hopkins y Jonathan Price están perfectos en sus roles además que tienen un extraordinario parecido con los personajes que interpretan. Juan Minujín se encarga de Jorge Bergoglio joven y resulta creíble en flashbacks, que yo ya había visto en televisión.

Tal vez muchos de los coloquios entre “los dos Papas” nunca se produjeron y menos aun el partido de fútbol. Las declaraciones en secreto de confesión (por ejemplo, cuando Ratzinger alude a Maciel) se quedan en eso: pura teología moral, que niega la verdad a los feligreses. Lo mismo ocurre con la denuncia – con nombre y apellido – del poder de los homosexuales entre los prelados.

Por ello no se pida ni un biopic ni un cine-documento ni mucho menos un cine-denuncia. Es simplemente cine… ¡y muy bien realizado!

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