viernes, 27 de noviembre de 2020

Pájaros de Verano - Por José Blanco Jiménez

Película basada en un hecho histórico: el nacimiento del narcotráfico colombiano y los estragos que produce en una pacífica comunidad wayúu, en la Guajira colombiana. Con estructura de antiguo poema épico, muestra cómo la codicia todo lo destruye. 


Las películas western tenían (y tienen) el atractivo de que aparecían (aparecen) como fantasiosas y alejadas de la realidad nacional. Y cuando supe que las personas no morían de verdad me quedé más tranquilo y me acostumbré a esa violencia ficticia.

Lo mismo ocurrió (ocurre) con las películas sobre la mafia, que han creado verdaderos íconos de la delincuencia, como “El Padrino”.

Pájaros de verano presenta una realidad que, hasta hace poco, parecía lejana de Chile y que – sin embargo – ahora, a través de la emigración, se está haciendo cada vez más amenazadora.

Se trata de una realidad histórica (la Bonanza Marimbera y la guerra entre narcotraficantes), pero no es la típica producción de Hollywood, escabrosa y sobreactuada.

Tiene en cambio, un estilo de poesía épica, con un rapsoda homérico que canta la historia de Rapayet, un joven que se casó con una adolescente de la comunidad wayúu, en la península colombiana de la Guajira y tuvo que pagar un precio muy alto. Úrsula, la matriarca de los Pushaina, le exigió como dote 30 cabras, 20 reses, dos mulas y cinco collares. Para adquirirlos, el joven decidió traficar marihuana a través de los norteamericanos miembros del Cuerpo de Paz, que distribuía propaganda contra el comunismo. ¡Sí! Ese mismo Cuerpo de Paz que se presentó en “Sábados Gigantes” a fines de los años ’60.

Es el primer Canto (Hierba salvaje, 1968): todo empieza con el fin de la reclusión por un año de Zaida para que pase del estado de niña a mujer y sea – de alguna forma – “puesta a la venta” a través un baile bellísimo, que la hace parecer un pájaro.

Y es que las aves tienen una gran importancia en el relato. Al igual que los antiguos pueblos mediterráneos, se observa a los pájaros (latín avispicium, que da origen a auspicio, significa “mirar a las aves”) para “augurar” el futuro, junto con los sueños. Y los volátiles aparecen en diversas oportunidades en el filme, en especial esa ave zancuda cuyas patas recorren los lugares más impensados.

De tantas frases que se recuerdan, está la siguiente: “Lo difícil es mantener a la familia unida”. Y para recordarlo se empieza con describir el símbolo de los dedos de la mano, que compendian a sus miembros: abuela, madre, tío, sobrino y nieto.

Hablada casi completamente en lengua indígena, la película da acceso a un mundo mágico y resistente dentro de su sencillez. Los wayúus habían resistido a los piratas, los ingleses, los españoles y los colombianos. Pero el dinero fácil pudo más: las nuevas generaciones olvidarán los códigos de honor, el alcohol y la soberbia llevarán a episodios disgustosos (como el hombre que come heces de perro con tal de llevarse un montón de dinero), lo que no se da voluntariamente se toma con la fuerza (no es necesario ver una violación para entender que ésta ha ocurrido).

Los siguientes Cantos de esta trágica epopeya tienen nombre significativos: II. Las turbas, 1971; III. La bonanza, 1979; IV. La guerra, 1980; V. El limbo. Los versos cantados por el anciano ciego sirven de coro a esta poesía dramática de alta categoría: la civilización no ha avanzado nada en estos últimos 28 siglos.

Como ya lo hizo con El abrazo de la serpiente (2015), Ciro Guerra es particularmente cuidadoso en la realización, contando además con la codirección de Cristina Gallego, que se documentó en profundidad sobre los pueblos de la Guajira y sus costumbres. Además de la ceremonia inicial, véase el desempeño de las plañideras y el rito de exhumación de un cadáver para su segundo velorio. Una vez más es la explotación de las plantas la que trae la muerte y la desolación. En la otra película era el caucho; aquí es la Cannabis sativa. Se pasa del mulo a la avioneta, de la choza a la mansión moderna, pero no es el bienestar material el que ayuda a la supervivencia. El riesgo no está en la lucha contra la autoridad, sino en la codicia que destruye lo establecido. Úrsula (que me recuerda a la Mamá Grande de Gabriel García Márquez) sostiene que es respetada, “porque soy capaz de cualquier cosa para mi familia y mi clan”.

Pero, en un mundo violento, el respeto sin armas está destinado sólo a un destino: la muerte. Y los seres humanos, como los pájaros veraniegos, vienen y se van.

¡Muy buena!

(Pájaros de verano. Colombia/Dinamarca/México/Alemania/Suiza/Francia, 2018).

No hay comentarios.:

Publicar un comentario