La ambientación me recordó de inmediato dos películas de Ingmar Bergman: A través de un vidrio obscuro (Såsom i en spegel, 1961) y La hora del lobo (Vargtimmen, 1968). Si algún espectador advierte reminiscencias de Woody Allen, les recuerdo que Allan Stewart Konigsberg ha rendido homenaje al gran maestro sueco en varias de sus películas.
Estar en una isla tiene en sí mucho de claustrofóbico y el ejemplo más clásico es Robinson Crusoe de Daniel Defoe. Pero aún más oprimente cuando la situación se transforma en agorafóbica, por temor a la naturaleza, y se tiene la conciencia de estar en una trampa no acompañado de amigos, sino de siniestros enemigos.
Jorge Riquelme Serrano ya sorprendió con su Camaleón (2016; ver comentario en el Archivo de la página) en el que mostraba las debilidades del ser humano sobre todo desde el punto de vista sexual y la vulnerabilidad producida por lo lábiles que pueden ser las restricciones impuestas por la sociedad.
En este caso, un matrimonio formado Alejandro (Gastón Salgado) y Ana (Millaray Lobos), acompañado por sus hijos Consuelo (Consuelo Carreño) y Máximo (Andrew Bargsted), llegan hasta una isla frente a Calbuco para pasar el fin de semana. Han invitado a los padres de Ana, Dolores (Paulina García, que reitera su personaje de Gloria, como mujer menopáusica insatisfecha) y Antonio (Alfredo Castro, especializado en hacer personajes desagradables, como asesino y masturbador impotente, además de violador de los derechos humanos).
Todos tienen problemas y éstos se van conociendo poco a poco, mientras la cámara en contrapicado muestra todo el lugar y la pequeñez de sus habitantes. Además, la música de Carlos Cabezas es obsesiva y tiñe el género dramático con los obscuros matices del thriller.
Para no ser un spoiler, diré solamente que los personajes se sienten en una jaula y que lo que habría debido ser tres días de agradable descanso se transforma en una pesadilla. También en el guión – escrito por Riquelme y Nicolás Diodovich - hay mucho de las piezas teatrales de Tennessee Williams por su carga de violencia reprimida.
La verdadera intención del matrimonio joven es obtener financiamiento para instalar un hotel en el lugar a partir de la vieja casona abandonada en la que pernoctan. Por su parte, los suegros desprecian al yerno por su extracción social y porque lo consideran un incapaz. Pero lo más deprimente es la existencia de los muchachos, condenados a una vida carente de significado, como si estuvieran siempre encerrados en una isla a merced de los abusos de los adultos: única manera de escapar es fumarse un pito con las consabidas risas sin sentido. El encierro (y se ha visto con la pandemia) aumenta el instinto de la violencia verbal y física, llegando incluso – en este caso - al acoso y al incesto.
La fotografía de Eduardo Bunster es bellísima y entrega secuencias inolvidables, como cuando – completamente desnuda – Consuelo entra al mar, como una náyade griega, para limpiarse de tanta maldad y podredumbre.
Realmente, advierto que la cinta puede herir la sensibilidad de los que no están preparados para asimilar la bajeza a la que pueden llegar los seres humanos: sobre todo cuando se comportan como bestias.
(Algunas bestias. Chile, 2019)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario