Basada en la novela de Donna Tartt, que ganó el Premio Pulitzer por la Ficción en 2014, el relato se desarrolla a un estilo digno de Charles Dickens, pero en clave del siglo XXI.
Theo Decker, un niño de 13 años, pierde a su madre por un atentado terrorista en un museo de Nueva York. Un hombre mayor que agoniza le entrega su anillo y le pide que guarde un cuadrito que ha resultado indemne de la explosión. Se trata de El jilguero, de Carel Fabritius, alumno de Rembrandt y esa obra lo acompañará desde ese momento como un “macguffin”.
Es acogido por la familia de un rico compañero de clase, encuentra una figura materna en Mrs. Barbour (Nicole Kidman) y el apoyo del anticuario Hobbie (Jeffrey Wright), cuando descubre que es la persona a la que debe entregar el anillo del moribundo. Con él vive Pippa, una niñita pelirroja, que también sobrevivió al estallido de la bomba y por la que Theo se siente atraído.
Es Hobbie el que le dirá una frase que lo marcará para toda la vida: "Algo es falso sólo si tratas de hacerlo pasar por reproducción". Y su existencia azarosa toma el cariz de la falsedad. Como en un folletín decimonónico aparece el padre (Luke Wilson), que desde el primer momento parece un pillo junto a su “compañera” (Sarah Paulson), de aspecto poco recomendable. El espectador ya sabe que no se presagia nada bueno.
Pero la película recién está empezando. Trasladado desde el frío Upper East Side hacia el desierto de Las Vegas en un alejado barrio de casas embargadas, conocerá a Boris, un muchacho ucraniano que da vueltas por el mundo con un padre violento y alcohólico. Es el comienzo del uso de la droga y de una vida casi delincuencial. Y allí está El jilguero, debidamente empaquetado, que recuerda a Theo que es imposible desligarse del pasado.
A partir de un determinado momento, los hechos se precipitan y toda la trama adquiere un cariz policial. Me detengo aquí sólo agregando que la acción se desarrolla por dos carriles con flashbacks y flashforwards, alternando a los personajes niños (Oakes Fegley/ FinnWolfhard /Aimée Lawrence) con personajes adolescentes (Ansel Elgort /Aneurin Barnard/Ashleigh Cummings). La fotografía y las actuaciones son impecables. Pero, para los que aman el buen cine, lo que falla es el guión.
No he leído la novela, que tengo entendido tiene más de 700 páginas y se me ocurre que su hilo conductor es la aceptación de un destino que no se puede cambiar, sobre todo porque es una apología del pragmatismo: para sobrevivir hay que sacar provecho de cada situación y lo que cuenta son los resultados.
Su estructura narrativa me recordó la película Hoy como ayer (Never Say Goodbye, de Jerry Hopper y Douglas Sirk, 1956), basada en una obra de Luigi Pirandello, con Rock Hudson y Corbell Borchers, que vi en el rotativo Avenida Matta con otras dos películas hace muchos años. Trataba de un médico militar que, con su hija pequeña, se separaba de su esposa y volvían a encontrarse mucho tiempo después. La historia no daba para más, pero se alargaba y alargaba y no terminaba nunca. Ahora me informo que duraba 96 minutos; en cambio El jilguero dura 122… ¡y se siente!
(The Goldfinch. USA, 2019)
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sábado, 21 de septiembre de 2019
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