martes, 5 de enero de 2021

Largo viaje - Por José Blanco Jiménez

Otro clásico del cine chileno, que no debe ser olvidado. Con un lenguaje altamente poético y cargado de símbolos, Patricio Kaulen no copia, sino que “inventa” un país que se presenta en toda su cruda realidad. Para verla, consultar www.cinechile.cl


Hay películas que se realizan con una cierta ideología y que, por lo tanto, exigen ser vistas a través de un cristal ya manipulado y predispuesto. Pero hay otras que los críticos quieren encasillar a la fuerza. Largo viaje, de Patricio Kaulen, es una de estas últimas. En su momento, fue juzgada como marxista o como cristiana buscando inútilmente un mensaje que tal vez ni siquiera existía en la mente del director. Yo, como siempre, trataré de examinar la obra cinematográfica desde un punto de vista semiótico, según la impresión que me produjo y – sobre todo – la que me produce ahora.

En su aparente simplicidad, el filme es una caja de sorpresas que tiene varias claves de lectura con un hilo conductor de carácter ornitológico, que alude a los seres alados: los pájaros en libertad, los pájaros que se dejan en libertad para deporte cinegético, el pajarito cazado con una trampa y agredido por niños con hondas, el pajarito rescatado por el niño en el momento que un nuevo angelito se va al cielo, el pájaro que aparece cuando menos se lo espera y observa lo que transcurre en el mundo. Es lo que también hace la cámara con tomas en picado, absolutamente subjetivas, que hacen ver diminutos a los seres humanos: en realidad el cielo aparece como inalcanzable. Aun portando alitas de papel colgando del cuello: las mismas que terminarán en un camión que transporta basura y que desaparecen de la vista del espectador cuando éste da vuelta en la transversal a la entrada del Cementerio General.

El “largo viaje” es el que el niño (no tiene nombre propio, así como no lo tiene ninguno de los personajes de la película) emprende para entregar las alas a su hermanito muerto para que pueda llegar al cielo.

Ese trayecto me recuerda dos obras clásicas, que probablemente Kaulen tenía en mente. Una es el Ulises de James Joyce; la otra El guardián en el centeno (The Catcher in the Rye) de Jerome David Salinger. En ambos casos, está el tema del periplo (quiero recordar también el intento de Stanley Kubrick con Eyes Wide Shut /Ojos bien cerrados, 1999) y la búsqueda de un objetivo inalcanzable, porque es difícil de definir.

Y su montaje es el mismo que desarrollará el último Luis Buñuel de los años ’70. Esto es, pasa de una secuencia a otra dejando trunco el relato: el padre desaparece entre las tumbas con la caja del muertito, no se sabe qué va a pasar con el cafiche que no podrá pagar la deuda de juego, tampoco qué éxito tendrá la entretención de los tres que ganaron el premio de la lotería ni si se acabará la relación extramarital de la señora “empingorotada” por la partida del amante a Canadá.

Por la temática, se puede pensar en el neorrealismo italiano con la sordidez de Ladrones de bicicletas de Vittorio De Sica (1948) o de La noche brava de Mauro Bolognini (1959), la prostituta bondadosa (que recuerda a la Cabiria de Federico Fellini) o los delincuentes juveniles (afines al Accattone de Pier Paolo Pasolini). Asimismo, no hay que olvidar la alta burguesía che Michelangelo Antonioni retrata en sus películas (La aventura, La noche, El eclipse). Y - ¡muy importante! – el hecho de recurrir a actores no-profesionales. El pequeño protagonista es su propio hijo Enrique Kaulen.

Sin embargo, Kaulen no copia. Lo que hace es inventar (en el sentido etimológico de “descubrir”) situaciones que están allí para ser conocidas. Recuerdo sólo algunas: el conventillo ubicado en plena Avenida Bulnes, la misma que ahora es un paseo y que está a pocos pasos de Dirección General de Carabineros; las calles del centro sin paseos peatonales y con decadentes avisos de tiendas que ya no existen; la tradicional micro Ovalle Negrete; la fuente de soda “Dominó”; la Pérgola de las Flores; el almacén desvalijado; la “orgía” y posterior “batalla” bajo el puente, con tanto de exhibición de senos de mujer punga y de cojo “maletero” con cuchillo.

Pero un párrafo aparte lo merece el velorio del angelito, que es un eficaz cuadro de costumbres. Están las letanías de la Virgen, la cueca larga, la borrachera, el coqueteo de las mujeres, las peleas y – sobre todo – la angustia que se trata de neutralizar con el aturdimiento que provoca regredir a un estado primitivo.

Creo que ya debería estar superada la pueril tendencia a pensar que el que se preocupa por la pobreza y denuncia la indiferencia de la riqueza es “comunista”. Me parece que Patricio Kaulen está por encima de esas pequeñeces a pesar de que no negaba sus tendencias políticas. Nunca lo conocí personalmente, pero sí hablé sí con él por teléfono cuando sus películas empezaron a circular en video. Tenía proyectos y esperanzas. Recuerdo que me dijo algo así como: “Soy antiguo democratacristiano y mi opinión tiene que valer”. Sin embargo, los gestores del poder habían decidido otra cosa, su largo viaje estaba por terminar y no podría recuperar sus alitas. Pero su obra se mantiene.

(Largo viaje. Chile / Argentina, 1967)

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