Más que una película se trata de una experiencia cinematográfica de tipo onírico. Como tal, más que entenderla hay que disfrutarla o padecerla. Se puede ver en Centroartealameda.tv
He visto esta película con 44 años de atraso y creo que ha sido mejor, porque desde la distancia creo que estoy más capacitado para evaluarla, además de conocer el desarrollo posterior del cine de David Lynch.
En efecto, cada estreno de este realizador norteamericano (nacido en 1946, en Missoula, Montana) no deja indiferente ni al público ni a la crítica. Además de la ya clásica serie de Twin Peaks (30 episodios entre 1989 y 1991; más otros 18 en 2017) les recuerdo sus principales trabajos: El hombre elefante (1980), Dune (1984), Terciopelo azul (1986), Corazón salvaje (1990), Carretera perdida (1996), Una historia sencilla (1999), Mulholland Drive (2001), Imperio (2006). No coloco títulos originales por razones de espacio.
Alessandro Manzoni dedicaba su obra maestra (I promessi sposi / Los novios) a sus 25 lectores. Yo no sé cuántos lectores tengo, pero de tenerlos los tengo y puedo clasificarlos en dos grupos: los que quiere saber qué me pareció la película y los que quieren que les explique la película.
Al primer grupo, les digo que me gustó y que me parece cine excelente. No soy el único que lo dice, puesto que la Online Film Critics Society lo clasificó en el segundo lugar de los largometrajes debutantes, inmediatamente después de Citizen Kane de Orson Welles (1941). Y la verdad es que la ambientación me recuerda El proceso (1963) y el aspecto de su protagonista al genio de Kenosha. Además, otro genio como Stanley Kubrick dijo a Lynch que Eraserhead era su película favorita y que la proyectó al equipo de El resplandor (1980) para que se adecuaran a las exigencias del proyecto que estaba por empezar.
Está claro que tantas opiniones no bastan, sobre todo porque son ajenas: en lo que a mí respecta, en esta “opera prima” ya está todo el futuro Lynch. Más que un relato es una “situación onírica” en la que sueño y realidad conviven, como en una experiencia psicodélica (sólo que aquí el excelente blanco y negro aumenta la angustia).
Al segundo grupo, les voy a “explicar” la película tratando de no ser un spoiler.
Harry Spencer (Jack Nance, que trabajó en otras películas y murió asesinado en 1996) habita en una ciudad aparentemente desierta, con calles vacías y fábricas abandonadas. Incluso, una de sus ventanas está tapiada con ladrillos y desde la otra ve sólo a dos personas que se golpean.
El mundo onírico suele ser más real que la realidad, porque entrega sensaciones simultáneas que el cine – por ser un lenguaje secuencial – difícilmente puede transmitir. Ya al principio la cabeza de Harry (semejante a una roca espacial) aparece manipulada por un extraño personaje que mueve palancas como si fueran las tramoyas de un palco escénico.
No es una película de horror, pero sí repugnante. De su boca sale el feto de un reptil, en otro momento llueven espermatozoides que una misteriosa cantante de mejillas deformes (Laurel Near) aplasta con los pies mientras se exhibe dentro del radiador, al partir el pollo en casa de su novia sale sangre como si fuera una desfloración y la futura suegra se estremece entre un orgasmo y un parto.
Pero lo más monstruoso es el hijo que aparentemente tuvo la novia (Charlotte Stewart, que se parece a Laura Dern) y que, cuando viven juntos, no la deja dormir porque llora sin parar. Lo mismo ocurre cuando Harry tiene sexo con su vecina (Judith Roberts, al estilo de Charlotte Rampling) en una cama que se transforma en bañera.
¿Y qué tiene que ver el título? Eraserhead significa “cabeza que borra”. Y, efectivamente, hasta el momento no he leído que nadie vea en el peinado de Harry la forma de una goma de borrar de un lápiz grafito. Y, de hecho, su cabeza es llevada a una fábrica en la que su cerebro va a ser extraído para transformarlo en gomas que se les pondrán a los lápices.
Creo que buscarle una explicación al episodio es una pérdida de tiempo, aunque algunos pueden hablar de remoción psicológica. Como tampoco es buena idea tratar de “explicar” qué “quieren decir” los cordones umbilicales que extrae de su pareja, la fotografía rota, la perra parida, la mujer inmóvil en la cocina, la larva del paquetito que guarda en la alacena, los lápices que lleva en el bolsillo anterior de la chaqueta y que nunca usa.
Porque, a final de cuentas, ¿es necesario que todo tenga una explicación? Los que han visto mucho cine de David Lynch ya tienen la respuesta. En este tipo de cine no hay relato, sino situaciones y – contrariamente a las de otras películas de autor en las que aparentemente no pasa nada – aquí ocurren muchas cosas, cada una más repugnante que la otra. Para muchos la vida puede ser así, como una pesadilla y, por ello, genera miedo: a la maternidad, a la vida en pareja, a la relación fugaz, a la diversidad.
Naturalmente, Lynch no partía de cero. La técnica de mezclar sueño y realidad en tiempos recientes la había desarrollado Ingmar Bergman con Fresas salvajes (Smultronstället, 1957), Luis Buñuel con Belle de jour (1967) o Federico Fellini con Ocho y medio (1963). Pero también imprimió una vuelta de tuerca influyendo en otras películas, como Alien, de Ridley Scott (1979). ¿Y se han fijado en Bart Simpson, que Matt Groening creó en 1987?
(Eraserhead. USA, 1977)
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domingo, 17 de enero de 2021
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