domingo, 27 de diciembre de 2020

Cien niños esperando un tren - Por José Blanco Jiménez

Obra maestra de documental chileno, que exalta la libertad a través de la capacidad de creación y de la esperanza que puede generar una actividad cinematográfica que amplía horizontes y genera deseos de cambiar. Para enlaces, ver www.cinechile.cl


Que fue censurada en su momento ya es historia. Baste recordar que fue una censura socarrona porque, al calificarla “para mayores de 21 años”, el Honorable Consejo de Calificación Cinematográfica no tenía que dar explicaciones como – en cambio – debía darlas cuando rechazaba una película. He visto el acta con tres firmas ilegibles y me doy cuenta del miedo que tenían esas tres personas cuando tomaron esa decisión unánime. Ellos no eran censores, sino empleados de un Régimen que, a su vez, tenía miedo de que se vieran ciertas realidades que, por no ser conocidas, no existían o no era posible que existiesen. Con el tan cacareado “regreso a la democracia”, la calificación fue cambiada “para todo espectador”.

Cuando decidí empezar a comentar películas chilenas que ya tienen algunos años, decidí no hacer seguimiento ni rodearme de crónica. Es más: las opiniones de los directores las he registrado en mi memoria después que han leído mis textos. Esto porque creo que la obra cinematográfica – como cualquier otro producto artístico – es una forma de expresión que constituye una obra cuando su mensaje es percibido por un receptor. De allí que la relación semiótica entre el creador y el espectador resulta fundamental.

Cien niños esperando un tren es un documental, que tenía como finalidad mostrar el Taller de Cine que realizaba la profesora Alicia Vega en poblaciones de extrema pobreza por encargo de la Oficina Nacional de Cine de la Conferencia Episcopal de Chile. La iniciativa fue de Ignacio Agüero, que fue su alumno en la Universidad Católica de Chile y que, con su Betacam, empezó a registrar los logros obtenidos, que iban mucho más allá de manualidades y apreciación cinematográfica.

Ese año 1988 la actividad se desarrolló en Lo Hermida de Peñalolén, con niños que nunca habían ido al cine y que conocían las cámaras filmadoras de los agentes de la Dictadura que entraban en sus casas para preguntar sin tenían “cosas escondidas”.

El título alude tanto al tren que llegaba a la estación, filmado por los Hermanos Lumière a fines del siglo XIX, como a la esperanza de ver llegar un medio que los ayudara a salir de la marginalidad no sólo social sino también cultural. Hay que considerar que para esos niños la relación con el mundo se daba a través de la televisión (y todas las limitaciones y riesgos que ella implica). En sus rostros filmados se refleja ese anhelo y esa esperanza.

Palabras tan complicadas como “taumatropo”, “zoótropo” y “kinetoscopio” – que los adultos no entienden – son manejadas por estos casi analfabetos que aprenden a confeccionarlos y a utilizarlos. Lo mismo dígase de un “travelling” realizado sobre una carretilla. La última actividad será ir al centro de Santiago para ver “cine de verdad”.

Pero – según mi parecer – lo más importante son los logros a los que aludí más arriba: el principio de socialización, el desarrollo del espíritu crítico, transformar lo lúdrico en aprendizaje. Baste citar una sola secuencia: la cuncuna realizada gracias al esfuerzo común y su paseo por la población. Todo guiado por el acento cariñoso y altisonante de Alicia Vega, que me recuerda el de mis maestras y de mi propia madre, que era profesora normalista.

Ignacio Agüero – que ha declarado “Creo que la infancia y el cine tienen algo muy en común que es la libertad y la falta de restricciones para la creación” - acaba de recibir, merecidamente, el Premio Pedro Sienna, que otorga el Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio a través del Consejo Audiovisual. Sin olvidar su conspicua labor divergente como descriptor y denunciante de muchas situaciones anómalas de la sociedad chilena, creo que ya pasó a la historia del cine con este fundamental mediometraje.

El número “cien” del título más que una cantidad específica implica un número indeterminado, que se impone como metonimia. Los niños que esperan ese tren eran y serán muchos más. Como dice el nazi de la película El huevo de la serpiente de Ingmar Bergman: “¡Sólo es lógico!”.

(Cien niños esperando un tren. Chile / Gran Bretaña, 1988)

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