Por Juan Pablo Donoso
Director: Pablo Larraín
Guión: Pedro Peirano
Actores: Gael García Bernal, Alfredo Castro, Jaime Vadell, Luis Gneco y muchos otros.
Chile – 2012
Esta nueva película chilena presenta varios niveles y ángulos de lectura.
En momentos, por su complejidad, nos recordó Z de Costa-Gavras, que, con logrado suspenso, relata el proceso de erradicar a un dictador griego.
Desde una plataforma puramente argumental, es la historia de un “duelo” entre dos publicistas que son socios de la misma empresa comercial, promocionando productos antagónicos.
La circunstancia de consultar a la población de un país - mediante el voto libre y secreto - si desea continuar con un gobierno militar o volver a la plena democracia, constituye uno de los fenómenos más insólitos en la historia de la humanidad.
Con semejante trasfondo político, los realizadores del filme crean una ficción en que dos colegas amigos, expertos en propaganda comercial, se encargarán de diseñar ambas franjas de marketing: la del SI, (que Pinochet siga por ocho años más), y la del NO, (que los partidos políticos vuelvan al juego multi-ideológico).
Tras una larga reflexión, inspirándose en su trencito eléctrico o recorriendo calles en patineta, uno de los socios (Gael García Bernal) opta por hacerse cargo de la franja del NO, dejando a su socio (Alfredo Castro) la gestión vendedora del SI.
El pasado de su padre como antiguo exiliado, lo inclinó, finalmente, a abordar la campaña opositora al gobierno.
El resto de la cinta nos lleva, paso a paso, por la búsqueda de tácticas publicitarias, para complacer a las cabezas ejecutivas y financieras de ambos productos.
Incluso los socios creativos comparten el estudio de grabación, y hasta los mismos extras en algunas escenas masivas.
Desfilan por el filme decenas de rostros conocidos, tanto de actores como de sociólogos, encarnando fugaces personajes ficticios del gobierno o de la oposición.
Los únicos documentos auténticos son fragmentos de filmaciones derivados de la época del Golpe de Estado, y algunas declaraciones del verdadero Pinochet, que hoy, luego de 23 años de democracia republicana, y cinco Presidentes, resultan añejas, anacrónicas y risibles.
Mirada como una competencia publicitaria muy reñida, cuyo resultado final (aunque sabido) se nos presenta como impredecible durante su desarrollo, el filme mantiene nuestra atención para descubrir cuáles fueron los recursos de ingenio comunicacional que lograron el triunfo de una de las partes.
Queda claro cómo – en un bando u otro – los chilenos somos intrínsecamente democráticos y amistosos. Esto se refleja, por ejemplo, cuando un riguroso coronel de Ejército, asesor del gobierno, influye gentilmente para liberar de la prisión a la esposa activista del publicista opositor.
Flota en el aire la idea de que a la larga “somos todos amigos, tolerantes y “compadres””.
En medio de toda esta sátira, el único personaje conmovedor fue el pequeño hijo de Gael García Bernal; en sus ojos algo desconcertados, vemos el paradigma de todos aquellos que crecieron durante el gobierno militar, ignorantes de lo que es una democracia representativa, que presenciaban conflictos callejeros, acciones terroristas, pugnas entre partidarios rotundos de un lado y del otro, y cuyo criterio hoy día, como jóvenes adultos, explica su escepticismo frente a la frivolidad de nuestro panorama politiquero.
Nos parece un filme muy SARCÁSTICO, ya que más allá de las reminiscencias emocionales de antiguos partidarios del SI o del NO, estos jóvenes realizadores cinematográficos miran desde lejos el fenómeno, y denuncian hoy, con más humor que gravedad, fanatismos casi ridículos de sus antepasados cercanos.
Hasta en la peluca grotesca de Luis Gneco, como el valiente ideólogo de la oposición, hay un guiño burlón a nuestra manera de revisar el pasado.
¿Influirá en esto que el director de la cinta sea hijo del senador UDI, Hernán Larraín?