sábado, 24 de octubre de 2020

La cordillera de los sueños - Por José Blanco Jiménez

Se cierra la trilogía iniciada con Nostalgia de la luz y El botón de nácar. La protagonista ahora es la piedra, que permanece ahí, mientras la infancia y la alegría parecen imposibles de recuperar. Puede verse en Cinemark.cl y Cinépolis.cl. 


Claudio Guzmán vuelve su país de origen, que resulta un lugar muy lejos en el pasado. Está radicado en Europa desde hace casi medio siglo y cada regreso implica superar la barrera de la Cordillera de los Andes, que sus compatriotas no ven en directo, sino por una pintura de Guillermo Muñoz Vera en una estación del Metro. Ésta, por lo demás, no ha sido “retratada” en directo, sino dibujada a partir de fotografías en su taller de Madrid, porque – nacido penquista (1956) – ahora es ciudadano español. Así la “majestuosa blanca montaña” resulta ser la metáfora de un sueño.

El escultor Francisco Gazitúa, en cambio, nació en Santiago (1944), hizo carrera en el extranjero, pero volvió a Chile en 1984, porque quería trabajar con los materiales autóctonos. Para él “la cordillera está” y el artista debe ser “el guardián de la belleza de su país”. Por su parte, Vicente Gajardo (Tomé, 1953, con permanencia de 4 años en Portugal) se manifiesta aún fascinado por descubrir que hay “más allá de la cumbre” y construye monumentos con piedras talladas.

Para Guzmán, “la montaña es testigo” de lo que ocurrió en el país: las piedras resquebrajadas hablan de crisis, los adoquines que pavimentan una calle tienen placas con nombres de torturados desaparecidos, las riquezas que esconde y que – con la sola excepción del gobierno de Allende – han sido entregadas a intereses extranjero. En efecto, “trenes invisibles”, que ha logrado filmar, se llevan lo que es chileno de manera subrepticia.

La ciudad de Santiago ha ido creciendo verticalmente y hasta la cordillera desaparece de la vista. La torre el Edificio Diego Portales (ex Unctad, actual Gabriela Mistral), donde se tomaron las decisiones que cambiaron el destino económico del país, aparece fantasmagóricamente vacío, así como de la casa de su niñez no queda más que la caparazón pintarrajeada.

Son varios más los testimonios de amigos y personajes, como del vulcanólogo Álvaro Amigo y la cantante Javiera Parra, pero sobre todo del camarógrafo Pablo Salas, que ha conservado una cantidad increíble de material acerca de las manifestaciones contra la dictadura cívico-militar y que puso a disposición para esta película.

Y, para cerrar el ciclo, están los meteoritos a los que se pueden pedir deseos mientras se les ve caer. Pueden ser deseos difíciles de realizar, pero no imposibles, como el que se expresa en el plano secuencia del diminuto andinista que trata de conquistar la montaña.

“No sé dónde estoy”, dice con desazón al comienzo del documental. Pero sabe que la cordillera de los sueños de la infancia está ahí.

(La cordillera de los sueños. Francia/Chile, 2019)

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