sábado, 25 de enero de 2020

Pacto de fuga - Por José Blanco Jiménez

Se trata de un hecho histórico: el 29 de enero de 1990, 49 presos lograron escapar de la Cárcel Pública de Santiago de Chile después de haber excavado un túnel subterráneo de más de 80 metros durante 18 meses.

He visto buenas películas de evasiones y no puedo evitar efectuar comparaciones intertextuales.

La mejor, en sentido absoluto, es la francesa El boquete (Le trou, de Jacques Becker, 1959), que seguía el proceso paso a paso enfatizando sobre todo el tema del compañerismo y de la solidaridad. Papillon (la primera, de Franklin J. Schaffner, 1973; no el bodrio de Michael Noer, 2017) se concentra en el mundo mental del personaje y su voluntad de evadir. Lo mismo ocurre con Sueños de libertad (The Shawshank Redemption, de Frank Darabont, 1994), que es un homenaje a la tenacidad y a la conciencia de no dejarse apabullar y de sobreponerse al destino. Recuerdo una frase: “Todo lo que tengo aquí dentro es tiempo”; cuando su amigo le dice que esculpir una por una de las piezas del ajedrez le tomará años. Finalmente, está el espectáculo: El gran escape (The Great Escape, de John Sturges, 1963), que – en casi tres horas y pantalla panorámica – acumula grandes actores y adecuado suspenso.

Justamente, esta película de David Albala se acerca a esta última por su montaje (las tomas bajo tierra, los trucos para no ser descubiertos) y también porque los protagonistas no son reos comunes, sino políticos (o, incluso, de guerra). Otro elemento podría ser el poner como gancho a actores consagrados que atraen público (como Benjamín Vicuña, Roberto Farías y Amparo Noguera), pero resultan neutralizados por personajes magistralmente interpretados por Francisca Gavilán (la esposa atribulada), Mateo Iribarren (el fiscal militar) y Willy Semler (el coronel alcaide).

Un aspecto remarcable del filme es que, contrariamente a otras producciones, no se transforma en un panfleto. El espectador cincuentón puede reconocer lo que fue su entorno en los objetos que acompañan la acción y en las diversas referencias al “mundo libre”.

Un recurso genial está constituido por la exhibición en pantalla chica de Sussi de Gonzalo Justiniano (1988), que – junto con Silvio Caiozzi – iluminó el oscurantismo del momento. Y - ¿por qué no? – la belleza ingenua y procaz de Marcela Osorio, que revuelve las hormonas de los espectadores dentro y fuera de la pantalla. Incluso, me recordó Los viajes de Sullivan (Sullivan’s Travels, de Preston Sturges, 1941) en la secuencia en que el director extraviado y detenido por equivocación se da cuenta de cuál es su camino para la libertad y el error que ha cometido al no considerar el cine como fuente de entretenimiento.

Me interesa el aspecto estético y no el ideológico. Es por ello que me permito solamente señalar que los trabajos de la evasión prosiguen mientras el “No” gana el plebiscito y es elegido Patricio Aylwin. Sin embargo, la operación no se detiene. Tal vez porque podrían ser voladores de luces (como efectivamente lo fueron “en la medida de lo posible”) y – en vez de un improbable indulto – existe la certeza del esfuerzo realizado.

Una película impecable en cuanto a fotografía, música, montaje e interpretaciones. El mismo relato, que podría ser panfletario, escurre con la fluidez y la veracidad que la transforman en una creación de valor universal.

(Pacto de fuga. Chile, 2019)

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