miércoles, 27 de noviembre de 2019

Noches mágicas - Por José Blanco Jiménez

Noche del 03 de julio de 1990. Italia cae por penales ante Argentina y en el río Tíber cae un automóvil con un hombre adentro. Pero no muere ahogado, sino que estaba ya muerto y no sabía manejar. La policía lo reconoce: es el productor de cine Leandro Saponaro (Giancarlo Giannini) y la “coccodè” (rubia tonta) de su amante (Giusy Fusacchia) asegura que sus asesinos son tres jóvenes que aparecen en una foto tomada en un restaurante pocas horas antes.

El oficial a cargo (Paolo Sassanelli) interroga a Eugenia Malaspina (Irene Vetere), hipocondríaca de familia acomodada, Antonino Scordia (Mauro Lamantia), intelectual de Messina, y Luciano Ambrogi (Giovanni Toscano), espontáneo y un poco descriteriado que viene de Piombino, tal vez alter ego de Virzì, que nació en la cercana Livorno.

El trío (que recuerda a los protagonistas de Nos habíamos amado tanto / C’eravamo tanto amati, de Ettore Scola, 1974) son los finalistas del Premio Solinas, destinado al mejor guión cinematográfico. Pero son también The Dreamers de Bernardo Bertolucci (2003), con todas sus esperanzas y trancas mentales.

Sueñan con la fama, pero la gran época del cine italiano ya ha pasado. El fin del rodaje de La voz de la luna (La voce della luna, 1990) de Federico Fellini es una alegoría transparente, como asimismo la banda sonora con notas sugeridas de Nino Rota para 8 y medio. Entre los tantos personajes reconocí al ya desaparecido Luciano Salce. Guinda de la torta es una horripilante y envejecida Ornella Muti, que no trepida en declarar que no usa calzones y está dispuesta a levantarse la falda para demostrarlo.

Entre fraudes y mentiras, la música de Gianna Giannini, entonada en esa “noche de los errores” para el fútbol italiano, tiene un sabor elegíaco: todo lo que ha contado alguna vez está destinado a desaparecer. Los “padres fundadores”, la nueva generación que nace huérfana y que es incapaz de interpretar la nueva realidad postmoderna, la falta de vitalidad en relaciones afectivas que tienden a autodestruirse.

Paolo Virzì mira los hechos con una sonrisa. Pero es una sonrisa amarga.

(Notti magiche. Italia, 2018)

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