lunes, 8 de julio de 2019

Leto - Por José Blanco Jiménez

Esta coproducción franco-rusa me hizo recordar Trainspotting de Danny Boyle (1996), por presentar una juventud sin mayores horizontes, proclive al alcohol y la droga, y a la que se le rinde homenaje con Perfect Day, de Lou Reed, cantada por una mujer mayor borracha bajo la lluvia. No falta tampoco el ya clásico homenaje a Abbey Road.

Pero tiene también mucho de otras producciones “occidentales”, tales como La La Land, de Damien Chazelle (2016) o Sin City, de Frank Miller, Quentin Tarantino y Robert Rodriguez (2005). Es así como combina números musicales (en el tren, en el trolleybus) con dibujos de cómics en colores, acompañados de música e intervención de las comparsas. Podría haber, incluso, algo de La máscara (The Mask, 1994), de Charles Russell. Y se advierte: “Esto nunca ocurrió”.

El filme, que tiene un claro contenido político, relata la formación del grupo rock Kino durante un “verano” (“leto”, en ruso) musical antes del fin de la Unión Soviética. En efecto, todo transcurre en esa Leningrado que volvería a ser San Petersburgo y que, en un determinado momento, ubica al espectador cronológicamente, cuando una voz en off informa acerca de la hora oficial en cada uno de los husos de la extensísima confederación de repúblicas socialistas.

La búsqueda de la “libertad” acerca a los protagonistas al medio que mejor la expresa: la música. El director Kirill Serebrennikov muestra esta vía de escape junto con la emancipación sexual representada por el triángulo que surge entre Mike (Roman Bilyk), Nastasha, su esposa y madre de su hijo (una encantadora Irina Starshenbaum, que me recuerda a Sophie Marceau y Anna Karina) y Vikor Tsoi (el coreano alemán Teo Yoo). Este último es presentado con gran delicadeza, con secuencias como el rito del beso adúltero que abre la puerta a la relación promiscua.

La exaltación de los ideales, que aparentemente se materializan más allá de la “Cortina de Hierro”, tiene ese sabor revolucionario de cierto cine que conocí en mi adolescencia. Y es que la película, filmada casi completamente en blanco y negro, tiene mucho de la nouvelle vague de los años ’60. Ello se aprecia en el montaje, en el estilo narrativo y en la conclusión: al final, queda la melancolía de los sueños de la juventud que no regresarán.

(Leto. Rusia / Francia, 2018)

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